12.
Yo estaba dormido cuando llegó Carolina. Era viernes. Me despertó el timbre. Estaba perdido en un sueño. Y cuando contesté la vi por el intercomunicador, su cara se deformaba haciéndola ver cónica y azul. Ella dijo:
- Con Mario, por favor.
- Carolina, sube...
Apreté el botón con el que la reja de abajo se abrió. Luego abrí la puerta y busqué mi sobretodo marrón. Me tendí sobre el sillón y Carolina no demoró en llegar.
- Hola.
- ¿Cómo te va?
- Qué bonito tu departamento.
- Gracias.
Celebró la conducta de mi perro. Yo le advertí que aquel perro chihuahueño (chihuahua, me corrigió ella) era un maricón. Ella me preguntó por qué decía eso.
- Es que lo es.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque lo han castrado.
Carolina asintió.
- En fin -dije- ¿quieres algo de comer, de tomar?
- Un vaso de agua, quizá.
- OK.
Ella vestía un jean azul que le quedaba de verdad muy bien, aquella camisa a cuadros, otro polo color negro, parecido a cualquier polo color negro, una casaca marrón y una bufanda a cuadros. Llevaba otra vez aquellos lentes de montura gruesa, negra, que intentaban dar una apariencia tal vez intelectual.
Le extendí su vaso con agua. Cogí el cereal de mi hermano y agarré un puñado de hojuelas de maíz azucaradas y empecé a comer una por una, como quien saca pétalos a una flor. Carolina me miró. Yo me apoyé contra la refrigeradora amarilla, un tercio más baja que yo, intentando adivinar sus pensamientos.
- ¿Estuviste mucho rato esperando allá abajo?
- Unos diez minutos...
- Lo siento, estaba dormido.
Carolina le da un sorbo a su vaso con agua. Luego camina arrastrando los pies por toda su habitación, hasta llegar a la ventana por la que se ve la ciudad (vivo en un noveno piso) y luego dio una media vuelta, como desfilando por una pasarela imaginaria, y se sienta al borde de la ventana. El televisor está prendido y por allí pasan el noticiero de la tarde.
- Son más de la una, ¿no quieres nada de comer?
- Comí antes de venir. Últimamente duermo hasta tarde y tomo desayuno a las once.
- Igual que yo -dije, preparándome un pan.
- Almuerza tú, si quieres.
- Este es mi almuerzo -dije, comiéndome el pan.
Carolina sonrió.
- ¿No hay nadie en tu casa?
Asentí. Le di un mordisco a mi pan. Terminé de masticar aquello y le dije:
- Nunca hay nadie aquí hasta las cinco, solo este jodido perro chihuahueño y yo...
- Chihuahua -corrigió Carolina.
- Es igual.
- ¿Por qué lo odias tanto? -me preguntó, después de un rato.
- No lo odio -le dije, negando con la cabeza.
Después de comer el pan, me acerqué hasta donde estaba sentada Carolina. Ella me miró otra vez con aquella expresión en los ojos.
- Entonces, ¿no almuerzas? -me preguntó.
- Me dejan algo de dinero para comer. Prefiero quedarme con la plata, a veces me como un sándwich en algún sitio.
Carolina se fijó en mi pijama. Me preguntó si era con eso con lo que dormía. En seguida rió. La imagen de la chica de rulitos desapareció momentáneamente de mi cabeza. Dijo que tenía una mancha. Puso su mano sobre mi cuello. Yo le dije que ella también tenía una mancha, señalé su camisa y subí mi dedo hasta su nariz.
- No me hacían eso de que estaba de este tamaño -dijo, con la palma de su mano más o menos a la altura de mi ombligo.
- No hace mucho tiempo, entonces -dije.
Carolina empezó a hacer sonidos extraños, como gruñidos. No quería besarme. Pese a todo me acerqué (no tenía nada que perder) y la abracé. Fue un abrazo que, creo, Carolina aceptó después de todo. Y besé su cuello. Supongo que aquellos sonidos extraños eran de incomodidad, o algo muy parecido a la incomodidad. Después de eso, decidí dejar en paz a Carolina.
Yo estaba dormido cuando llegó Carolina. Era viernes. Me despertó el timbre. Estaba perdido en un sueño. Y cuando contesté la vi por el intercomunicador, su cara se deformaba haciéndola ver cónica y azul. Ella dijo:
- Con Mario, por favor.
- Carolina, sube...
Apreté el botón con el que la reja de abajo se abrió. Luego abrí la puerta y busqué mi sobretodo marrón. Me tendí sobre el sillón y Carolina no demoró en llegar.
- Hola.
- ¿Cómo te va?
- Qué bonito tu departamento.
- Gracias.
Celebró la conducta de mi perro. Yo le advertí que aquel perro chihuahueño (chihuahua, me corrigió ella) era un maricón. Ella me preguntó por qué decía eso.
- Es que lo es.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque lo han castrado.
Carolina asintió.
- En fin -dije- ¿quieres algo de comer, de tomar?
- Un vaso de agua, quizá.
- OK.
Ella vestía un jean azul que le quedaba de verdad muy bien, aquella camisa a cuadros, otro polo color negro, parecido a cualquier polo color negro, una casaca marrón y una bufanda a cuadros. Llevaba otra vez aquellos lentes de montura gruesa, negra, que intentaban dar una apariencia tal vez intelectual.
Le extendí su vaso con agua. Cogí el cereal de mi hermano y agarré un puñado de hojuelas de maíz azucaradas y empecé a comer una por una, como quien saca pétalos a una flor. Carolina me miró. Yo me apoyé contra la refrigeradora amarilla, un tercio más baja que yo, intentando adivinar sus pensamientos.
- ¿Estuviste mucho rato esperando allá abajo?
- Unos diez minutos...
- Lo siento, estaba dormido.
Carolina le da un sorbo a su vaso con agua. Luego camina arrastrando los pies por toda su habitación, hasta llegar a la ventana por la que se ve la ciudad (vivo en un noveno piso) y luego dio una media vuelta, como desfilando por una pasarela imaginaria, y se sienta al borde de la ventana. El televisor está prendido y por allí pasan el noticiero de la tarde.
- Son más de la una, ¿no quieres nada de comer?
- Comí antes de venir. Últimamente duermo hasta tarde y tomo desayuno a las once.
- Igual que yo -dije, preparándome un pan.
- Almuerza tú, si quieres.
- Este es mi almuerzo -dije, comiéndome el pan.
Carolina sonrió.
- ¿No hay nadie en tu casa?
Asentí. Le di un mordisco a mi pan. Terminé de masticar aquello y le dije:
- Nunca hay nadie aquí hasta las cinco, solo este jodido perro chihuahueño y yo...
- Chihuahua -corrigió Carolina.
- Es igual.
- ¿Por qué lo odias tanto? -me preguntó, después de un rato.
- No lo odio -le dije, negando con la cabeza.
Después de comer el pan, me acerqué hasta donde estaba sentada Carolina. Ella me miró otra vez con aquella expresión en los ojos.
- Entonces, ¿no almuerzas? -me preguntó.
- Me dejan algo de dinero para comer. Prefiero quedarme con la plata, a veces me como un sándwich en algún sitio.
Carolina se fijó en mi pijama. Me preguntó si era con eso con lo que dormía. En seguida rió. La imagen de la chica de rulitos desapareció momentáneamente de mi cabeza. Dijo que tenía una mancha. Puso su mano sobre mi cuello. Yo le dije que ella también tenía una mancha, señalé su camisa y subí mi dedo hasta su nariz.
- No me hacían eso de que estaba de este tamaño -dijo, con la palma de su mano más o menos a la altura de mi ombligo.
- No hace mucho tiempo, entonces -dije.
Carolina empezó a hacer sonidos extraños, como gruñidos. No quería besarme. Pese a todo me acerqué (no tenía nada que perder) y la abracé. Fue un abrazo que, creo, Carolina aceptó después de todo. Y besé su cuello. Supongo que aquellos sonidos extraños eran de incomodidad, o algo muy parecido a la incomodidad. Después de eso, decidí dejar en paz a Carolina.
<< Home